domingo, 21 de octubre de 2012



Colores de plumas de aves extrañas, y piedras preciosas integraban los diseños y las texturas de los ropajes de esa gente, desconocida para los europeos. Elaborados ornamentos adornaban los vestidos de mujeres y hombres mexicas. Admiradas versiones de los viajeros del Antiguo Continente, describen los tocados y las joyas. Los expedicionarios ávidos de riquezas, se complacen en engrandecer en sus relatos las joyas de oro que portaba el gobernante, algunos se deslumbran con la opulencia de las tierras recién conquistadas, otros se detienen a examinar piezas únicas de labrados extraordinarios, pero todos coinciden en el colorido y la diversidad de diseños de los textiles y el arte plumario. 
Y sus pies estaban protegidos por sandalias de cuero, llamados cactli, lujo que simbolizaba nobleza y dignidad. Engalanados, paseándose por la ciudad debieron haber constituido una bella imagen. Sin embargo, el único que podía ostentar la diadema de oro y turquesa denominada copilli, era el tlatoani o jefe, a quien nadie podía mirar a los ojos, en señal de respeto.  Ningún elemento de la indumentaria se portaba al azar o por gusto. Algunos trajes eran manufacturados para usarse solamente en determinadas ocasiones. Los sacerdotes se vestían de acuerdo con la actividad religiosa que desempeñaban; llevaban los cabellos largos anudados por la espalda con un cordel de algodón. Los funcionarios, asumiendo sus privilegios, debían vestir la indumentaria requerida; si se encontraban en algún evento público, la etiqueta funcionaba de manera efectiva, aderezándose con objetos de lujo. . 
vestimenta_prehispánica / Julio Márquez
Durante las festividades religiosas, los aderezos de la jerarquía encumbrada se cuidaban minuciosamente. Algunos personajes se vestían con el xicolli, especie de camisa abierta anudada al frente, a manera de chalequillo. Otros, llevando su tilmatli, adornaban su cabeza con grandes tocados. Sus vestimentas recordaban lo más glorioso, evocando y personificando a los dioses, honrándolos y adorándolos. Brillaban el oro y las piedras preciosas, sonaban sonajas y tambores, los caracoles hacían las veces de trompetas y se oían desde lejos. Los cascabeles, atados a los tobillos y a las muñecas, sonaban al ritmo de los bailables festivos. En el caso de las mujeres, el atuendo cotidiano consistía en una prenda base, el cueitl. Se trataba de una manta rectangular larga que funcionaba como una falda, la cual se “enredaba” a la cintura y se sostenía con el nelpiloni, es decir una cuerda o cinturón.
Las faldas podían ser sencillas o llevar remates o “enaguas”. Los diseños de los bordes podían variar, desde una cenefa que limitaba la sección inferior de la manta, hasta una complicada xicalcoliuhqui o serpiente escalonada. El cueitl era liso o decorado con bellos diseños que incluían flores y motivos geométricos elaborados. La mujer, que en su casa trabajaba arrodillada en la molienda del maíz inclinándose sobre su metate o tejiendo en el telar de cintura, llevaba los senos al descubierto, y al salir a la calle los cubría con el uipillo o huipil. Esta especie de camisa suelta, sin mangas, llegaba hasta la cadera. Otras mujeres usaban el quechquemitl, prenda romboidal que se metía por la cabeza y cubría el pecho, cayendo en forma triangular; estecubrimiento estaba destinado únicamente paralasmujeres de alto rango y las diosas. Las tejedoras se esmeraban en bordar bellas figuras con hilos teñidos por la cochinilla, el índigo, y los óxidos de hierro,bajo cánones estéticos y simbólicos establecidos. 
El peinado de las mujeres también era un distintivo social. El peinado designado por los cronistas como de “cornezuelos” consistía en un entrelazado complicado: el cabello y los hilos de algodón se trenzaban terminando en dos pequeñas puntas arriba y a los lados de la frente. El tlacoyal, como se le conoce en algunas regiones de México, mostraba el empeño que las mujeres tenían en acicalarse, reflejándose en la diversidad de creativos peinados. Según algunas fuentes, este peinado era exclusivo de las mujeres casadas, las jóvenes y las solteras debían usar el cabello suelto.  Así como los hombres, el sexo femenino podía usar joyas de acuerdo con su rango social, a excepción del bezote que era una prenda exclusivamente masculina. Las mujeres gustaban de adornarse con collares y pulseras, no importando la clase a la que pertenecían.
Los materiales podían ser desde el más ordinario barro, hasta cuentas de jade, de oro y de turquesa. Se embellecían coloreándose la cara, tiñéndose el cabello con tintes minerales, tatuándose o pintándose el cuerpo.  El algodón fue privilegio de los nobles, mientras que la fibra del henequén era utilizada por las personas de bajos recursos.  México-Tenochtitlan fue mosaico de colores y texturas. En esa sociedad la moda no existía, la indumentaria obedecía a una determinada jerarquía, y los atavíos fueron impuestos por la clase gobernante para diferenciar el rango social.